


¿No os ha pasado nunca que habéis disfrutado al máximo un libro? ¿Que os sentís identificados con algunas escenas o conversaciones, que las vivís en primera persona, que se os pone un nudo en el estómago?

No sé cómo explicarlo: en diferentes momentos de tu vida y llevando contigo experiencias distintas vives el libro de una manera u otra.
Algo así me pasó a mí con "La edad de la inocencia".

He creído comprender que la realidad está donde uno la vive y que a veces son más reales unas cosas que otras con independencia de dónde se desarrollan, que las marcadas diferencias entre el bien y el mal, lo honesto y lo deshonesto, lo conveniente y lo desaconsejado, dejan muy poco hueco para lo imprevisto, y que cuando nos amarramos a la rutina, a la costumbre, a lo social, nos volvemos tímidos y poco imaginativos.
En el libro hay un trocito donde ella le da a entender a él que se sienten cerca precisamente porque están separados y que es precisamente la distancia la que les permite ser ellos mismos y por lo tanto verse tal y como son.
Hasta este punto de madurez caminé simultáneamente al lado de los personajes de este libro...
pero yo le preguntaría a Edith Wharton cómo se libera uno del dolor que produce aceptar esto, por qué el corazón que llega al conocimiento de esta realidad en vez de serenarse ante su descubrimiento se mantiene en un continuo estado de agitación.
Rosa
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